Cada año, cuando la organización Global Footprint Network anuncia el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, clasificado por países, nos sirve de crudo recordatorio de hasta qué punto continuamos consumiendo los recursos naturales de la tierra con una avidez insaciable, equivalente ya a 1,75 Tierras. A ello se suma el preocupante dato de que, lejos de mejorar, esta fecha cada año se adelanta más en el calendario.

No podemos conocer con certeza las consecuencias de exceder los límites planetarios, pero no resultan nada halagüeñas. A ello se suma el hecho de que los seres humanos ya no tendemos a expandimos, sino a concentrarnos. Esta creciente concentración y densidad poblacional también representa un riesgo para la supervivencia, y es en este contexto donde adquiere especial relevancia el papel de las ciudades.

Las ciudades son nuestra gran creación, nuestro ecosistema y el cénit de la civilización. Sin embargo, habitándolas no percibimos nuestra completa dependencia de los servicios ecosistémicos que la naturaleza nos proporciona, pues en el entorno edificado apenas se producen bienes necesarios.

¿CONTAMOS CON LA CAPACIDAD DE CREAR CIUDADES AUTOSUFICIENTES?

A mayor urbanización, mayor crecimiento del PIB, lo que implica más productivismo y más rédito económico. Pero el éxito necesita una provisión constante y un crecimiento exponencial de recursos y energía (gas, electricidad, petróleo..). agua, alimentos de todo tipo, madera o minerales, entre otros. Aquí conviene detenerse en una primera cuestión: ¿Contamos con la capacidad de crear ciudades autosuficientes?

Actualmente, es un hecho que las ciudades no son capaces de producir ni los alimentos, ni el agua, ni la energía, ni los materiales que necesitan para la supervivencia de sus habitantes. Tampoco aquellos productos considerados esenciales para la gran concentración de habitantes y las características físicas y funcionales para las que fueron diseñadas.

Para cambiar este paradigma y avanzar hacia un modelo de ciudades lo más autosuficientes posibles, es necesario actuar en todo el ciclo productivo de una urbe e invertir en sistemas constructivos, transporte, energía, agua y revalorización de residuos, así como apostar por un nuevo urbanismo en el que se elimine la idea de periferia y se devuelva a los barrios su autonomía, empoderándolos con industrias locales que, a su vez, permitirán erigir toda una pequeña ciudad autosuficiente de proximidad. De esta manera, trabajo,
producción, ocio y servicios estarán al alcance de la mano.

CIUDADES POSITIVAS PARA LA NATURALEZA

La clave para transformar nuestras ciudades está en observar la naturaleza y sus procesos biológicos, en los que nada se desperdicia y todo se transforma y se reutiliza en un movimiento cíclico continuo, generando un perfecto sistema circular.

En este punto, rescatamos el término que UN-Habitat (United Nations Human Settlements Programme) definió como «Ciudades Vivas», y que define a las ciudades como organismos vivos donde la biodiversidad abarca desde la escala microscópica de los genes hasta los ecosistemas más intrincados. Según este concepto, las ciudades, como elementos complejos, interactúan principalmente con los ecosistemas y pueden servir como un puente entre el conocimiento biológico y humano.

Ciudades Vivas o ciudades positivas para la naturaleza, como nos gusta llamarlas desde el Bilbao Urban Design & Cities. Ciudades que integran la naturaleza en su planificación y desarroIlo urbano, buscando la coexistencia de la naturaleza con el desarrollo humano. Estas urbes se enfocan en la conservación de la biodiversidad, la creación de espacios verdes y la mitigación del cambio climático, a través de soluciones basadas en la naturaleza. Y es que según uno de los últimos informes de la Nature Positive Initiative, el 44% del PBI mundial -31 billones de dólares- generado en las ciudades está en riesgo por la pérdida de naturaleza, y solo el 37% de las 500 ciudades más pobladas del mundo ha desarrollado una estrategia específica centrada en la preservación de la naturaleza o la biodiversidad.

Es por ello que la formulación de políticas y la planificación urbana deben basarse en la comprensión del ecosistema circundante, pues la naturaleza ya ha resuelto todos los retos a los que nos enfrentamos. La captura de CO2, es un elemento constructor que forma parte de todos los organismos del planeta y, en cambio, para nosotros es un desafío que pone en peligro la propia supervivencia. Generar calor en las casas, distribuir agua, construir materiales resistentes, elásticos, producir pegamentos, generar colores…todo eso ya lo ha hecho la naturaleza hace miles de años, pero de modo sostenible y regenerativo, sin alterar el ecosistema del que depende.

ECHAR LA MIRADA ATRÁS

En la actualidad contamos con el conocimiento y la tecnología, pero faltan aún conciencia y acción global. Durante cientos de años, y especialmente tras la llegada de la Revolución Industrial, hemos dejado de lado la sabiduría, los conocimientos ancestrales y la aplicación de técnicas naturales, lo que ha propiciado nuestra separación de los procesos naturales.

La fórmula es sencilla y basta con echar la mirada atrás y reutilizar técnicas y materiales de probada eficiencia, mejorados ahora con la tecnología moderna. Así como en el plano energético hemos vuelto la mirada a la energía que nos proporcionan el sol, el viento, el agua, o el subsuelo -con la salvedad de algunos de los materiales empleados en su construcción-, debemos recuperar los conceptos de ventilación natural, insolación o sombreado, la integración de la naturaleza en todas las construcciones y espacios públicos o la utilización de materiales primarios que la naturaleza nos proporciona y que son 100% reutilizables.

Afortunadamente, cada vez es mayor el número de adeptos que en el sector de la arquitectura y la planificación urbana apuestan por este revisionismo y la utilización de materiales naturales como la madera, arcilla, corcho, paja, cáñamo y un largo etcétera de elementos, que con la aplicación de tecnología actual ofrecen prestaciones muy eficientes y con menor impacto medioambiental que las empleadas hasta el momento.

En este punto, siempre nos acordaremos cuando desde Dubai, paradigma del desarrollo urbano insostenible, un grupo de entusiastas de la conservación del patrimonio promovía el rescate de las torres de viento o los sistemas de toldos, que permitían refrigerar estancias de manera natural, frente a las torres de acero, hormigón y cristal, que en un entorno caracterizado por la escasez de recursos naturales consumen ingentes cantidades de energía y agua a través de sus sistemas de climatización. Somos naturaleza y la necesitamos, pero «el progreso» nos ha separado de ella y hemos de reconectar.

Entrevista EYSMunicipales